martes, 6 de marzo de 2012

Sobre sexismo lingüístico (y III)


Hay formas de sexismo lingüístico inadmisibles entre personas civilizadas. Los insultos sexuales con que se ataca a las mujeres, sobre todo cuando tienen éxito (“la muy puta”, “esa zorra”). Las alusiones mal veladas al ascenso debido a la actividad sexual, y no a los méritos propios, sobre todo si la mujer es joven y de buen aspecto (“¿con quién se habrá acostado esa?” “con esos morritos, habrá hecho carrera”). Buena parte de las críticas con que se ha asaeteado a Bibiana Aído y a Leire Pajín apuntan por ese camino, y no son de recibo las malas excusas con que se ha disfrazado lo que no era más que baboseo rijoso, frecuentemente jaleado por mujeres a quienes me abstendré de calificar para evitar riesgo de interacción con los medicamentos que tomo. Esas muestras de barbarie, se disfracen de humor o de crítica legítima, tienen una ventaja: son tan descarnadas que no hace falta denunciarlas. Basta con retirar la palabra o la oreja a quien las formula. El mundo está lleno de personas civilizadas, y no es necesario relacionarse con gentuza.

Hay otras formas de sexismo lingüístico que proceden de un viejo legado difícilmente superable. Un ejemplo es el habla testicular, que yo misma empleo con profusión, y no soy hermafrodita: “hay que echarle pelotas”, “no me sale de los cojones”, “no hay huevos a...”, “por mis cojones que no se hace tal cosa”. El término “acojonada” compensa un tanto esa tendencia testicular tan laudatoria y celtibérica. Nuestros dichos heredados van mechados de tocinillo machista, a veces misógino. “Me acabo de dar el golpe de la suegra”, digo al golpearme en eso que se llama también “el hueso de la risa”. Esas expresiones forman parte de una contradictoria herencia cultural, a la que sumo las frecuentes alusiones religiosas que salpican el lenguaje de esta incrédula: “adivina, Cristo, quién te dio”, “Jesús, María y José, qué barbaridad”, “lloré como una Magdalena”. Peor aún, digo “merienda de negros”,“¿hay moros en la costa?” , brindo “por la conversión del Turco” y bromeo con los amigos diciendo aquéllo tan Guerrero del Antifaz de “muere, perro sarraceno”. Creo que ya estoy condenada por varios infiernos de diferentes clases.

Hay problemas de expresión que nuestro idioma no resuelve. Me gusta la obra de Artemisia Gentileschi, pero si establezco comparaciones con otros pintores de la época, los resultados son insatisfactorios: “Artemisia Gentileschi es una de las mejores pintoras barrocas” o “Artemisia Gentileschi es una de los mejores pintores barrocos”. Suelo emplear la segunda fórmula para no empequeñecer la figura de la artista, dado el escasísimo número de pintoras de la época; pero es un retruécano horrible. Ojalá encontrase una fórmula más adecuada: agradezco sugerencias.

La Real Academia Española es blanco de críticas sobre elitismo y machismo. Mi opinión sobre la Academia está más llena de luces que de sombras, y me gusta apoyar su papel con una modesta contribución económica a través de su Fundación. Dígase lo que se quiera, la tarea de la Academia ha evitado dislates ortográficos como los que se producen en inglés. El castellano sigue siendo un idioma alfabético: salvando pocas excepciones, cualquier persona puede leer con corrección una palabra española que no haya escuchado jamás. Reto a cualquiera a repetir la experiencia en inglés. Y también a quien emplee las arrobas o las barras.

Termino con una petición encarecida a la Academia y a los lingüistas y conocedores del castellano: combatan el mal uso del idioma, pero háganlo con armas justas y en todos los campos de batalla, siguiendo el ejemplo de Fernando Lázaro Carreter y su Dardo en la Palabra. Combatan calcos y malas adaptaciones, reten a muerte a los espantosos “bizarros” que colonizan la Red, desafíen a los pedantes de las escuelas de negocios, destruyan las “puestas en valor”, exterminen los esdrujuleos de políticos y empresarios, purguen el lenguaje vulgar e incorrecto de tantos locutores deportivos. Búrlense de los políticos metidos a legisladores lingüísticos, hagan mofa, befa y escarnio de las ordinarieces y las cursilerías que se escuchan en radio y televisión. Expliquen sus puntos de vista con serenidad y detenimiento; empleen los medios de comunicación y las redes sociales para difundir su conocimiento. El informe de Ignacio Bosque es un laudable modo de difusión, y espero sinceramente que cunda su ejemplo, mucho más documentado y digno de consideración que los artículos de dos eminentes académicos cascarrabias como Javier Marías y Arturo Pérez-Reverte. La profesionalidad también marca sus diferencias dentro de la Real Academia Española.

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