El artículo que publica hoy Jot Down sobre Heliogábalo ("Los crímenes de Heliogábalo", de Rubén Díaz Caviedes), forma parte de una manera inane de escribir sobre historia, que consiste en transmitir las crónicas presuntamente escandalosas y omitir cualquier información útil para entender lo que sucedía en la Roma de entonces. Un equivalente podría ser un hipotético artículo escrito en el año 3980, que presentara la historia de la presidencia de Bill Clinton limitándose a dar cuenta de sus relaciones extramaritales.
La historia es una disciplina exigente que requiere, para empezar, una crítica de fuentes estricta. La crítica de fuentes no es sencilla, y su dificultad aumenta cuando se necesita un conocimiento asentado de idiomas ajenos.
Al menos, se necesita conocimiento y juicio crítico. Porque, si no, es fácil tomar atajos que solo conducen a la letrina. Y uno de esos atajos consiste en ver todo un imperio a través de un catálogo de cotilleos sexuales.
Hay más probabilidades de divertir al lector con los gustos sexuales del emperador que con el conjunto de intereses que representaban las influyentes mujeres de la familia de Heliogábalo. Ellas movían los hilos del poder, pero no se exhibían acostándose con sementales, ni salían por ahí enseñando el trasero. No son interesantes para esos relatos palanganeros.
No dudo que el artículo de Jot Down haya hecho las delicias de muchos lectores, y es probable que su autor haya tenido la modesta intención de contar en tono jocoso unas historietas sexuales. Pero el conocimiento habitual sobre los emperadores está plagado de sexo desde hace siglos. Echo en falta una aproximación divulgadora en torno al imperio romano menos cotilla y, sobre todo, más aprovechable intelectualmente.
Nota final: No enlazo el artículo publicado en Jot Down porque hay sobradas dudas sobre las consecuencias de la ley de propiedad intelectual en torno a los enlaces en los blogs.
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