Hay
formas de sexismo lingüístico inadmisibles entre personas
civilizadas. Los insultos sexuales con que se ataca a las mujeres,
sobre todo cuando tienen éxito (“la muy puta”, “esa zorra”).
Las alusiones mal veladas al ascenso debido a la actividad sexual, y
no a los méritos propios, sobre todo si la mujer es joven y de buen
aspecto (“¿con quién se habrá acostado esa?” “con esos
morritos, habrá hecho carrera”). Buena parte de las críticas con
que se ha asaeteado a Bibiana Aído y a Leire Pajín apuntan por ese
camino, y no son de recibo las malas excusas con que se ha disfrazado
lo que no era más que baboseo rijoso, frecuentemente jaleado por
mujeres a quienes me abstendré de calificar para evitar riesgo de
interacción con los medicamentos que tomo. Esas muestras de
barbarie, se disfracen de humor o de crítica legítima, tienen una
ventaja: son tan descarnadas que no hace falta denunciarlas. Basta
con retirar la palabra o la oreja a quien las formula. El mundo está
lleno de personas civilizadas, y no es necesario relacionarse con
gentuza.
Hay
otras formas de sexismo lingüístico que proceden de un viejo legado
difícilmente superable. Un ejemplo es el habla testicular, que yo
misma empleo con profusión, y no soy hermafrodita: “hay que
echarle pelotas”, “no me sale de los cojones”, “no hay huevos
a...”, “por mis cojones que no se hace tal cosa”. El término
“acojonada” compensa un tanto esa tendencia testicular tan
laudatoria y celtibérica. Nuestros dichos heredados van mechados de
tocinillo machista, a veces misógino. “Me acabo de dar el golpe de
la suegra”, digo al golpearme en eso que se llama también “el
hueso de la risa”. Esas expresiones forman parte de una
contradictoria herencia cultural, a la que sumo las frecuentes
alusiones religiosas que salpican el lenguaje de esta incrédula:
“adivina, Cristo, quién te dio”, “Jesús, María y José, qué
barbaridad”, “lloré como una Magdalena”. Peor aún, digo
“merienda de negros”,“¿hay moros en la costa?” , brindo “por
la conversión del Turco” y bromeo con los amigos diciendo aquéllo
tan Guerrero del Antifaz de “muere, perro sarraceno”. Creo que ya
estoy condenada por varios infiernos de diferentes clases.
Hay
problemas de expresión que nuestro idioma no resuelve. Me gusta la
obra de Artemisia Gentileschi, pero si establezco comparaciones con
otros pintores de la época, los resultados son insatisfactorios:
“Artemisia Gentileschi es una de las mejores pintoras barrocas” o
“Artemisia Gentileschi es una de los mejores pintores barrocos”.
Suelo emplear la segunda fórmula para no empequeñecer la figura de
la artista, dado el escasísimo número de pintoras de la época;
pero es un retruécano horrible. Ojalá encontrase una fórmula más
adecuada: agradezco sugerencias.
La
Real Academia Española es blanco de críticas sobre elitismo y
machismo. Mi opinión sobre la Academia está más llena de luces que
de sombras, y me gusta apoyar su papel con una modesta contribución
económica a través de su Fundación. Dígase lo que se quiera, la
tarea de la Academia ha evitado dislates ortográficos como los que
se producen en inglés. El castellano sigue siendo un idioma
alfabético: salvando pocas excepciones, cualquier persona puede leer
con corrección una palabra española que no haya escuchado jamás.
Reto a cualquiera a repetir la experiencia en inglés. Y también a
quien emplee las arrobas o las barras.
Termino
con una petición encarecida a la Academia y a los lingüistas y
conocedores del castellano: combatan el mal uso del idioma, pero
háganlo con armas justas y en todos los campos de batalla, siguiendo
el ejemplo de Fernando Lázaro Carreter y su Dardo
en la Palabra.
Combatan calcos y malas adaptaciones, reten a muerte a los espantosos
“bizarros” que colonizan la Red, desafíen a los pedantes de las
escuelas de negocios, destruyan las “puestas en valor”,
exterminen los esdrujuleos de políticos y empresarios, purguen el
lenguaje vulgar e incorrecto de tantos locutores deportivos. Búrlense
de los políticos metidos a legisladores lingüísticos, hagan mofa,
befa y escarnio de las ordinarieces y las cursilerías que se
escuchan en radio y televisión. Expliquen sus puntos de vista con
serenidad y detenimiento; empleen los medios de comunicación y las
redes sociales para difundir su conocimiento. El informe de Ignacio
Bosque es un laudable modo de difusión, y espero sinceramente que
cunda su ejemplo, mucho más documentado y digno de consideración
que los artículos de dos eminentes académicos cascarrabias como
Javier Marías y Arturo Pérez-Reverte. La profesionalidad también
marca sus diferencias dentro de la Real Academia Española.
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