Alguien con talento literario podría escribir una pieza maravillosa basándose en la breve referencia sobre Antonio de Soria que hallé en "Honra, libertad y hacienda", obra del historiador Bernardo López Belinchón. Aun faltándome el talento preciso, he intentado escribir una narración breve sobre el drama de este hombre de negocios. De ahí sale "Negocios, traición y muerte", paráfrasis un punto siniestra del título del ensayo de López Belinchón. Ojalá el caso de Antonio de Soria llame la atención de un escritor con suficiente talento.
No conozco todos los datos de su caso; tendría que ir a Cuenca para conseguir copia de su expediente (Archivo Diocesano de Cuenca, Inquisición, Leg. 502, Expt. 6645), y no sé si terminaré haciéndolo. Mi investigación me conduce por otros caminos distintos a los expedientes del Santo Oficio.
Antonio de Soria fue denunciado ante el Santo Oficio en 1656. Su acusador fue uno de sus socios en el arrendamiento de la sal de Castilla la Vieja, un tal Bernardo de Villaverde. La Inquisición detuvo a Antonio de Soria en 1658; poco después testificó voluntariamente su otro socio, Luis Montero de Carpio, y lo hizo en su contra. Un testigo de la defensa aseguraba que los socios le acusaban de judaizante para quedarse con su parte del negocio de la sal.
Lo que más me conmovió fue la inocencia de Antonio de Soria, que presentó a Luis Montero de Carpio como testigo de la defensa, sin sospechar de su traición. Me conmovió por lo vulnerable de la posición del acusado y, sobre todo, porque un hombre de negocios como él, que debía de tener más conchas que un galápago, había sido engañado de la manera más terrible por uno de sus socios.
La historia de la marquesa de Castroforte también merece ser contada. Fue una de las pocas personas de estirpe castellana vieja que ayudó a los portugueses acusados de judaizantes. Ayudó a unos cuantos a huir de las manos de la Inquisición, y no dudó en esconder en su propia casa a la esposa de Antonio de Soria. Esa valentía ha sido excepcional en todas las épocas pero, lamentablemente, historias como la de la marquesa de Castroforte quedan sumidas en el olvido.
La "nación" era el nombre que los judeoconversos portugueses empleaban para referirse a sí mismos. Entre ellos se habían forjado múltiples lazos por distintos tipos de solidaridad: el origen geográfico común, la fe de los antepasados (no necesariamente la propia), los vínculos de parentesco a través de matrimonios concertados, los negocios. Esa compleja red de relaciones configuraba la "nación".
La historia de Antonio de Soria es una de las muchas deudas que tengo con Bernando López Belinchón, cuya obra "Honra, libertad y hacienda" me ha iluminado buena parte del camino que tengo que recorrer.
8 comentarios:
Buenísimo este artículo (los dos capítulos), no sólo cuentas la triste historia de un personaje de la época si no que al mismo tiempo expones con claridad lo que sucedía entonces, el terror a la Inquisición a cuyos tribunales cualquiera podría ir a parar sin ser culpable y sabiendo que su defensa sería siempre muy débil, sobre todo si no podía demostrar la limpieza de sangre.
Hablas de traición, pero ese comportamiento humano no es nuevo ya que existió en todas las épocas y sigue existiendo. Gente que por dinero y poder vende a sus amigos, sus socios, sus vecinos o incluso a sus familiares.
:-) Si puedes ir a investigar a Cuenca no dejes de hacerlo porque si con pocos datos hiciste dos buenos artículos, me imagino lo que harías “buceando” en los papeles del archivo.
No conocía el libro que nombras, tomo nota de él para comprármelo. Por mi parte te puedo recomendar, si es que no lo conoces, el de Carmen Martín Gaite “El proceso de Macanaz”, el Santo Oficio y la pureza de sangre figuran en él.
Un abrazo y gracias por volver a publicar.
¿No vas a contarnos más?. Espero que este silencio se deba sólo a vacaciones y que pronto continúes con artículos tan interesantes como este.
Un abrazo
Voy forzando plazos; tengo que presentar unos trabajos para el curso de doctorado y, como de costumbre, los plazos me comen viva...
Ahora mismo estoy estudiando un caso divertido. La Monarquía Hispánica, dueña teórica de casi toda América, tiene unos súbditos inclinados a adquirir productos coloniales procedentes... de las plantaciones francesas y holandesas.
Y no, no eran ganas de molestar a Carlos II o a Felipe V. Es que salía mucho más barato. Si tengo tiempo, me gustaría agregar una entrada -breve- sobre el tema.
Un abrazo, y gracias por los ánimos
Espero esa entrada con impaciencia, me pega que va a ser muy interesante.
Buen fin de semana.
Tremendo escrito, te dejo el mío.Abrazos desde éste lado
Siempre vuelvo a tu casa con la esperanza de ver un nuevo artículo, pero de momento todo sigue igual, así que me limitaré a desearte un buen fin de semana.
Me ha gustado tu texto ya que he aprendido. gracias te volveré a visitar
No sabes cuánto agradezco tu atención. Salgo mañana mismo para Berlín, Dresde y Leipzig.
Seguiremos en contacto.
Un abrazo
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