domingo, 4 de enero de 2015

Historia romana: la historieta sexual como sucedáneo

El artículo que publica hoy Jot Down sobre Heliogábalo ("Los crímenes de Heliogábalo", de Rubén Díaz Caviedes),  forma parte de una manera inane de escribir sobre historia, que consiste en transmitir las crónicas presuntamente escandalosas y omitir cualquier información útil para entender lo que sucedía en la Roma de entonces.  Un equivalente podría ser un hipotético artículo escrito en el año 3980, que presentara la historia de la presidencia de Bill Clinton limitándose a dar cuenta de sus relaciones extramaritales.

La historia es una disciplina exigente que requiere, para empezar, una crítica de fuentes estricta. La crítica de fuentes no es sencilla, y su dificultad aumenta  cuando se necesita un conocimiento asentado de idiomas ajenos.

Al menos, se necesita conocimiento y juicio crítico. Porque, si no, es fácil tomar atajos que solo conducen a la letrina. Y uno de esos atajos consiste en ver todo un imperio a través de un catálogo de cotilleos sexuales.

Hay más probabilidades de divertir al lector con los gustos sexuales del emperador que con el conjunto de intereses que representaban las influyentes mujeres de la familia de Heliogábalo. Ellas movían los hilos del poder, pero no se exhibían acostándose con sementales, ni salían por ahí enseñando el trasero. No son interesantes para esos relatos palanganeros.

No dudo que el artículo de Jot Down haya hecho las delicias de muchos lectores, y es probable que su autor haya tenido la modesta intención de contar en tono jocoso unas historietas sexuales. Pero el conocimiento habitual sobre los emperadores está plagado de sexo desde hace siglos. Echo en falta una aproximación divulgadora en torno al imperio romano menos cotilla y, sobre todo, más aprovechable intelectualmente.

Nota final: No enlazo el artículo publicado en Jot Down porque hay sobradas dudas sobre las consecuencias de la ley de propiedad intelectual en torno a los enlaces en los blogs.

martes, 8 de abril de 2014

Homeopatía en el DRAE: ni original, ni correcta

Comparemos la entrada "homeopatía" del Diccionario de la Real Academia Española con la entrada "homéopathie" del Dictionnaire de l'Académie Française.

Transcribo literalmente la actual definición, según la 9ª Edición (y última) del Dictionnaire:

"HOMÉOPATHIE. n.f. XIXe siècle. Adaptation de l'allemand Homöopathie, terme créé à partir du grec homoios, "semblable", et pathos, "ce que l'on éprouve".
MÉD. Méthode thérapeutique qui consiste à administrer, à doses infinitésimales, une substance pouvant provoquer, à doses plus élevées, des symptômes analogues à ceux de la maladie considérée. L'homéopathie s'oppose à l'allopathie".

Comparad con la definición del Diccionario de la Real Academia Española:
"Sistema curativo que aplica a las enfermedades, en dosis mínimas, las mismas sustancias que, en mayores cantidades, producirían al hombre sano síntomas iguales o parecidos a los que se trata de combatir".

Podríamos decir que la versión española es hermana melliza de la francesa. Solo le falta la coletilla final de "oposición a la alopatía".

Muchos criticamos con razón las desoladoras entradas sobre Franco o Escrivá de Balaguer en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia. Soy incapaz de entender que los científicos que ocupan sillón en la Real Academia Española consientan esa definición acrítica de homeopatía, calificada,  ni más ni menos,  que de "sistema curativo".

viernes, 14 de junio de 2013

Dedicado a Fani Grande: una jocosidad sobre cremas de frío

Titular ficticio


Diario de Navarra
Una imbécil (de Madrid tenía que ser) muere de hipotermia en la noche más calurosa del año

El titular es falso. Diario de Navarra nunca publicó un titular descalificando a los madrileños, ni tratándome a mí de imbécil. Este era el titular que me autoimpuse, en plena vena masoquista, mientras me castañeteaban los dientes de frío helador en una noche sofocante de Sanfermines.

¿Cómo es posible padecer ese frío espantoso en una tórrida noche de julio? Muchas mujeres habrán averiguado la respuesta: era el efecto de una crema efecto frío.

Soy de la cosecha del 64, como aquellas míticas añadas de Ribera del Duero y Rioja. Pero olvidemos los parentescos vinícolas: lo que realmente interesa es que estoy a punto del medio siglo y, por tanto, soy para la industria cosmética eso que los cursis llaman “target”. Cuando los publicistas huelen cuarentonas y cincuentonas con relativo poder adquisitivo, sufren un subidón de adrenalina, imaginándose un espectáculo de tarjetas de crédito voladoras. Todo ello con Forever Young como banda sonora. La cuarencincuentona de hoy no se gasta el dinero en novenas. Sacrifica en el altar de otros dioses: Eterno Juvenil, Debelador de Celulitis y, el más ridículo de todos, Estás Mejor Ahora Que Con Veinte Tacos.

Pero yo soy atea desde pequeñita y, como decía el del chiste a unos testigos de Jehová que querían convertirle: “Sí, hombre, no creo en mi religión, que es la verdadera... como para creer en la suya”. Así que no le pongo cirios a Fátima y Lourdes, las patrocine el Vaticano o toda la industria cosmética en pleno. Las arrugas salen y se quedan. Se te van cayendo las cosas que tenías más o menos firmes. Y, lo peor, te quedas medio minuto en el umbral de la cocina preguntándote qué cuernos has ido a hacer allí, si lo que llevas en la mano es el ordenador portátil.

La escasa eficacia de los milagros a tantos euros el frasco o la inyección quedan acreditados gracias a las revistas del corazón y los programas del hígado, donde vemos a mujeres muy adineradas luciendo una facha espantosa, con el morro inflado, la cara de susto, las manos de cocodrilo junto al brillo paralítico del bótox. Lasciate ogni speranza voi ch’entrate: ni todo el dinero del mundo puede contra el paso del tiempo.

Las cremas efecto frío se venden como remedio para las flaccideces, la mala circulación sanguínea y, agárrense, la celulitis. He visto atletas de alta competición con celulitis, y ahora nos cuentan que una crema efecto frío pone coto a la temida piel de naranja. Ya. Juas.

¿Qué hacía yo, entonces, untada en crema efecto frío? Algo lógico: quitarme el calor de encima. El mes de julio de 2010 fue particularmente caluroso en Pamplona, donde me encontraba pasando las fiestas. Serán los genes asturianos, pero odio el calor. Lo odio con toda mi alma, algo engorroso para alguien de Madrid, donde tenemos cuatro estaciones: invierno, Chamartín, verano y Atocha. En verano me arrastro de aire acondicionado en aire acondicionada y me disloco la muñeca a abanicazos.

Esos Sanfermines, y después de un día abrasador, me di una buena ducha. Pero aquella noche no corría ni una brizna de aire, y el calor seguía siendo insoportable. Así que recordé que había comprado una crema refrescante para mi pierna recién operada (adiós, safena, adiós). Y me unté una dosis generosa por el cuerpo.

Decía Santa Teresa, que tenía puntas de mujer sabia, que se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las denegadas. Quise olvidar el calor abrasador, y me moría de frío. Ventanas cerradas. Dos mantas. Una temblequera intensidad Niña del Exorcista. Y el titular masoquista que abre esta entrada:

Diario de Navarra
Una imbécil (de Madrid tenía que ser) muere de hipotermia en la noche más calurosa del año



P.S. Sigo utilizando la crema para quitarme el calor de encima. Basta con observar dos precauciones: no administrarla jamás después de una ducha y extender cantidades pequeñas de producto. Así aplicada, me ha salvado de calores insufribles. Y, teniendo en cuenta que es mentolada, una pequeña cantidad en las fosas nasales evita aguantar los malos olores de esos muertos pútridos vivientes que infestan los transportes públicos urbanos.

Dedicado a Fani Grande (elfemurdeeva.blogspot.es)

sábado, 10 de marzo de 2012

Eufemismos sobre la muerte



¿Bailas, chato?

Me desagradan los eufemismos en torno a la muerte, y los retorcimientos del vocabulario para alcanzar una palabra menos clara, más pudorosa. Hoy ha muerto Moebius, y ya he leído varios "fallecidos" y "difunto".
Entiendo perfectamente que en el uso periodístico se empleen palabras como "falleció" y "difunto". El lenguaje escrito es siempre más cuidadoso, más escogido. Permite licencias expresivas distintas a las propias de un lenguaje oral más directo y menos meditado.

Es justamente ahí, en la expresión oral, donde no soporto los "fallecidos" y los "difuntos". Me evocan a las lamentables pretensiones a la decencia de términos como "de aquí" (señalándose el trasero), "pipí" y "¿hacemos cositas?" Con puntillas, ganchillo y dibujos de rosas de Francia. Ese lenguaje cursi, recortado, propio de quienes cogen las copas y los cubiertos con el meñique enhiesto, a modo de banderín que grita ¡no sé manejar decentemente cuatro puñeteros instrumentos elementales!
Yo no bailo con usted, nonononono


Pero lo peor no es eso. La cursilería repele, pero no daña. Lo peor es esa ocultación morosa de la gran verdad: que vamos a morir, y que no hay remedio. Negar la mortalidad tiene consecuencias importantes. Algunas son de orden práctico: como no nos vamos a morir nunca, para qué hacer testamento o para qué donar nuestros órganos.

Negar la mortalidad encierra trampas aún peores. Cuando negamos la mortalidad de nuestros seres queridos, de nuestros conocidos, de nuestros amigos, negamos nuestra propia mortalidad. Escondemos el fin de los otros bajo eufemismos porque así disimulamos nuestra propia aniquilación. Ese espantoso voluntarismo egocéntrico: como YO no quiero morir porque YO estoy aquí para mejores cosas y a MÍ no se ME puede convertir en nada, estoy dispuesto a aceptar teorías trascendentes que ME convierten en (rellénese con lo que proceda, pero se reduce a un grito impotente de supervivencia). No soy una defensora de la resignación. Al contrario: ya que moriremos, luchemos por nuestra vida, que es lo único que realmente nos pertenece.

Y, por favor: si algún día os dicen que he muerto, no digáis "ha fallecido". O hacedlo, si queréis. Tampoco voy a enterarme...

martes, 6 de marzo de 2012

Sobre sexismo lingüístico (y III)


Hay formas de sexismo lingüístico inadmisibles entre personas civilizadas. Los insultos sexuales con que se ataca a las mujeres, sobre todo cuando tienen éxito (“la muy puta”, “esa zorra”). Las alusiones mal veladas al ascenso debido a la actividad sexual, y no a los méritos propios, sobre todo si la mujer es joven y de buen aspecto (“¿con quién se habrá acostado esa?” “con esos morritos, habrá hecho carrera”). Buena parte de las críticas con que se ha asaeteado a Bibiana Aído y a Leire Pajín apuntan por ese camino, y no son de recibo las malas excusas con que se ha disfrazado lo que no era más que baboseo rijoso, frecuentemente jaleado por mujeres a quienes me abstendré de calificar para evitar riesgo de interacción con los medicamentos que tomo. Esas muestras de barbarie, se disfracen de humor o de crítica legítima, tienen una ventaja: son tan descarnadas que no hace falta denunciarlas. Basta con retirar la palabra o la oreja a quien las formula. El mundo está lleno de personas civilizadas, y no es necesario relacionarse con gentuza.

Hay otras formas de sexismo lingüístico que proceden de un viejo legado difícilmente superable. Un ejemplo es el habla testicular, que yo misma empleo con profusión, y no soy hermafrodita: “hay que echarle pelotas”, “no me sale de los cojones”, “no hay huevos a...”, “por mis cojones que no se hace tal cosa”. El término “acojonada” compensa un tanto esa tendencia testicular tan laudatoria y celtibérica. Nuestros dichos heredados van mechados de tocinillo machista, a veces misógino. “Me acabo de dar el golpe de la suegra”, digo al golpearme en eso que se llama también “el hueso de la risa”. Esas expresiones forman parte de una contradictoria herencia cultural, a la que sumo las frecuentes alusiones religiosas que salpican el lenguaje de esta incrédula: “adivina, Cristo, quién te dio”, “Jesús, María y José, qué barbaridad”, “lloré como una Magdalena”. Peor aún, digo “merienda de negros”,“¿hay moros en la costa?” , brindo “por la conversión del Turco” y bromeo con los amigos diciendo aquéllo tan Guerrero del Antifaz de “muere, perro sarraceno”. Creo que ya estoy condenada por varios infiernos de diferentes clases.

Hay problemas de expresión que nuestro idioma no resuelve. Me gusta la obra de Artemisia Gentileschi, pero si establezco comparaciones con otros pintores de la época, los resultados son insatisfactorios: “Artemisia Gentileschi es una de las mejores pintoras barrocas” o “Artemisia Gentileschi es una de los mejores pintores barrocos”. Suelo emplear la segunda fórmula para no empequeñecer la figura de la artista, dado el escasísimo número de pintoras de la época; pero es un retruécano horrible. Ojalá encontrase una fórmula más adecuada: agradezco sugerencias.

La Real Academia Española es blanco de críticas sobre elitismo y machismo. Mi opinión sobre la Academia está más llena de luces que de sombras, y me gusta apoyar su papel con una modesta contribución económica a través de su Fundación. Dígase lo que se quiera, la tarea de la Academia ha evitado dislates ortográficos como los que se producen en inglés. El castellano sigue siendo un idioma alfabético: salvando pocas excepciones, cualquier persona puede leer con corrección una palabra española que no haya escuchado jamás. Reto a cualquiera a repetir la experiencia en inglés. Y también a quien emplee las arrobas o las barras.

Termino con una petición encarecida a la Academia y a los lingüistas y conocedores del castellano: combatan el mal uso del idioma, pero háganlo con armas justas y en todos los campos de batalla, siguiendo el ejemplo de Fernando Lázaro Carreter y su Dardo en la Palabra. Combatan calcos y malas adaptaciones, reten a muerte a los espantosos “bizarros” que colonizan la Red, desafíen a los pedantes de las escuelas de negocios, destruyan las “puestas en valor”, exterminen los esdrujuleos de políticos y empresarios, purguen el lenguaje vulgar e incorrecto de tantos locutores deportivos. Búrlense de los políticos metidos a legisladores lingüísticos, hagan mofa, befa y escarnio de las ordinarieces y las cursilerías que se escuchan en radio y televisión. Expliquen sus puntos de vista con serenidad y detenimiento; empleen los medios de comunicación y las redes sociales para difundir su conocimiento. El informe de Ignacio Bosque es un laudable modo de difusión, y espero sinceramente que cunda su ejemplo, mucho más documentado y digno de consideración que los artículos de dos eminentes académicos cascarrabias como Javier Marías y Arturo Pérez-Reverte. La profesionalidad también marca sus diferencias dentro de la Real Academia Española.

Sobre sexismo lingüístico (II)



Detesto la artificiosidad y el retorcimiento expresivo. Me asquean las frases de siete palmos. Odio a muerte el amontonamiento de calificativos y la diarrea de preposiciones. Me revienta esa jerga polisílaba que se adueña de noticias, informes, discursos y presentaciones.

La concisión es una virtud al alcance de muy pocos. Porque, pásmense los cursis, escribir concisamente requiere una cultura aquilatada. La verborrea es prima hermana de la incultura, como puede comprobarse en muchas retransmisiones deportivas1.

No me gustan los desdoblamientos como “las compañeras y los compañeros”. Demasiadas palabras, excesivo riesgo de errar en las concordancias de género y número posteriores. Frases pesadas, mal construidas. Me desagradan los rodeos perifrásticos del tipo “personas sin empleo”. El idioma sin naturalidad es un corsé paralizante, con todas las ballenas de alambre asomando por las costuras.

El informe de Ignacio Bosque apunta correctamente, según creo, a los alguaciles alguacilados que destrozan lo que quieren arreglar. El informe es una reprimenda de experto a aficionados, sazonado con unos cuantos ejemplos escogidos.

Todos los alguaciles corremos el riesgo de acabar bien alguacilados. El propio Ignacio Bosque analiza chapuceramente la frase que citada en el manual de UGT: “Los directivos acudirán a la cena con sus mujeres”. Para Ignacio Bosque, la frase es sexista porque el masculino engloba en su designación a varones y mujeres. No, señor Bosque, la frase es sexista porque, tal como se formula, implica que si hay directivas y están casadas, son lesbianas. Sin embargo, esa situación sería estadísticamente improbable en España e ilegal en casi todos los países; la mayoría de las directivas casadas tendrán marido, y no mujer. Esa frase es desafortunada como la propia costumbre de llevarse a la costilla a las cenas llamadas eufemísticamente “de trabajo”, cuya única utilidad es forjar espíritu de cuchipanda a costa de las cuentas de la empresa. Peor aún, forma parte de esa tradición rancia e injusta según la cual se sigue llamando “embajadora” a quien no es más que la esposa del embajador. No sé cómo las embajadoras con credenciales toleran semejante agravio comparativo2. Pongámonos en el caso de Elena Madrazo Hegewisch, a quien se ha encomendado la tarea de abrir la primera legación española en Níger. En el uso lingüístico corriente, tan embajadora es la señora Madrazo como la mujer de tanto embajador cuya contribución máxima consiste en entrometerse en el trabajo de los profesionales de protocolo de la embajada... ay, no: se dice que son una ayuda insustituible, que para algo son diplomáticos y tienen gran talento para la lítotes. El término “cónyuge”, de sólida raíz latina, hubiera evitado ese desliz tan tonto de “los directivos acudirán a la cena con sus mujeres”. Lástima que casi no se emplee, y más lástima aún escuchar esos insufribles cónyugues con que nos cocean tantas mulas sin cepillar y con micrófono.

El ejemplo ilustra hasta qué punto emplear desdoblamientos o condenar los nombres epicenos al averno del machismo retrógrado es poco práctico. Así se tienden trampas insalvables para la mayoría de la población, y la falta de naturalidad de la expresión genera una especie de lenguaje oficial artificioso, orientado a la galería, que se arrincona fuera del estrado o del micrófono, como apunta acertadamente Ignacio Bosque en su informe. Bastantes problemas me ocasiona ya la jerga jurídico-administrativa y, sinceramente, no quiero cargar con otro subproducto lingüístico.



1 ¿Cuándo publicará algún académico un informe sobre la influencia espantosa de los programas deportivos radiofónicos? No sé qué futbolista se ha hecho daño en su rodilla izquierda (así, matizando, no creamos que se ha lesionado en la rodilla de su señora madre). Determinado equipo vence a otro de seis puntos. Sin ánimo estadístico, me atrevo a afirmar que los programas deportivos de las radios tienen un número de oyentes muy superior al número de lectores de los informes que recomiendan el uso del lenguaje igualitario. Ahí sí que tiene la RAE mucha tela que cortar. Si quiere.

2 Las embajadoras con credenciales sufren otra curiosa competencia desleal, esta vez de manos de las marcas españolas como “embajadoras de España”. Véase http://www.territorioymarketing.com/index.php/marketing/tiene-espana-embajadoras/ , cuyo autor tiene el cuajo de preguntar públicamente: “¿Tiene España embajadoras?” Y no se refiere a nuestras diplomáticas, sino a las marcas comerciales. Otra ocurrencia de esos genios del márketing que van a salvar al país de la crisis a golpe de máster.

lunes, 5 de marzo de 2012

Sobre sexismo lingüístico (I)

No me parece mal el informe escrito por Ignacio Bosque, titulado “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, y publicado en El País de 5 de marzo de 2012. En cambio, su título me parece incompleto: le falta un “Manolete, Manolete, si no sabes torear, pa qué te metes”. El texto es, ante todo, un ataque a quienes editan manuales de uso lingüístico sin contar con los “profesionales del lenguaje”.

Supongo que Ignacio Bosque considera “profesionales del lenguaje” a los peritos que reciben retribución por sus conocimientos. Y digo que lo supongo, porque Ignacio Bosque no tiene a bien definir los límites de la profesionalidad lingüística. Es una lástima que no se haya tomado la molestia, y lo digo sin pizca de ironía.

Como no soy una “profesional lingüística”1, prefiero tomarme algunas licencias expresivas: estoy hasta la parpusa de los tuercebotas que se dedican a legislar sobre todo. Vivimos oprimidos por una legión de Solones convencidos del poder taumatúrgico de la norma. No hay más que ver el reverente respeto con que tantos madrileños sucios cumplen el quintal largo de normas existentes sobre recogida de basuras. Las normas sobre evasión fiscal son para antología del humor negro español.

El furor legislativo español es un cáncer inextirpable que tiene al paciente en agonía desde hace siglos, sin que se aviste crisis ni cura que acabe con esa tortura. Así que, obligados a legislar, mejor un experto que un ignorante o que un sabidillo a medias. Yo, que no llego ni a sabidilla a cuartas, me conformaría con pedir un correctivo en plaza pública para quien acuñó y difundió expresiones imbéciles como:

  • el conjunto de la ciudadanía

  • poner en valor

  • mejorar la experiencia del cliente/usuario

De esta breve muestra, dos pertenecen al cursilísimo e ignorante lenguaje de las escuelas de negocios, y una es propia de la jerga política de bajo nivel. Mi resquemor es comprensible: en mi vida profesional me toca leer demasiadas barbaridades de todos esos técnicos de empresa gracias a los cuales España saldrá de la crisis en dos patadas. En menos, tal vez, ya que en Alemania no reclaman expertos españoles en administración de empresa, y no les quedará más remedio que sacrificar sus perspectivas profesionales en España.

Confío en que la RAE - que sí es sabia del todo- limpiará, fijará y dará esplendor al idioma oponiéndose a esas jergas infames que impregnan el mundo de la empresa, de la política y del periodismo. Que “el conjunto de la ciudadanía” pasará al mismo cubo de la infamia lingüística que “poner en valor” y “mejorar la experiencia del cliente”. Y, de paso, que se encargará de revisar su propio diccionario para evitarse alguna que otra vergüenza. De hecho, la caridad bien entendida empieza por uno mismo, y dado el volumen del Diccionario de la Real Academia Española, harán bien en ocuparse inmediatamente. No sea que llegue antes algún aficionadillo de tres al cuarto a rectificarles. Puestos a ser profesionales, que lo sean hasta las últimas consecuencias.

1Si hubiera escrito “profesional de la lengua” habría dado pie a lamentables malentendidos. Cosas de ser mujer: la menstruación, la menopausia y los dobles sentidos sucios.