martes, 6 de marzo de 2012

Sobre sexismo lingüístico (II)



Detesto la artificiosidad y el retorcimiento expresivo. Me asquean las frases de siete palmos. Odio a muerte el amontonamiento de calificativos y la diarrea de preposiciones. Me revienta esa jerga polisílaba que se adueña de noticias, informes, discursos y presentaciones.

La concisión es una virtud al alcance de muy pocos. Porque, pásmense los cursis, escribir concisamente requiere una cultura aquilatada. La verborrea es prima hermana de la incultura, como puede comprobarse en muchas retransmisiones deportivas1.

No me gustan los desdoblamientos como “las compañeras y los compañeros”. Demasiadas palabras, excesivo riesgo de errar en las concordancias de género y número posteriores. Frases pesadas, mal construidas. Me desagradan los rodeos perifrásticos del tipo “personas sin empleo”. El idioma sin naturalidad es un corsé paralizante, con todas las ballenas de alambre asomando por las costuras.

El informe de Ignacio Bosque apunta correctamente, según creo, a los alguaciles alguacilados que destrozan lo que quieren arreglar. El informe es una reprimenda de experto a aficionados, sazonado con unos cuantos ejemplos escogidos.

Todos los alguaciles corremos el riesgo de acabar bien alguacilados. El propio Ignacio Bosque analiza chapuceramente la frase que citada en el manual de UGT: “Los directivos acudirán a la cena con sus mujeres”. Para Ignacio Bosque, la frase es sexista porque el masculino engloba en su designación a varones y mujeres. No, señor Bosque, la frase es sexista porque, tal como se formula, implica que si hay directivas y están casadas, son lesbianas. Sin embargo, esa situación sería estadísticamente improbable en España e ilegal en casi todos los países; la mayoría de las directivas casadas tendrán marido, y no mujer. Esa frase es desafortunada como la propia costumbre de llevarse a la costilla a las cenas llamadas eufemísticamente “de trabajo”, cuya única utilidad es forjar espíritu de cuchipanda a costa de las cuentas de la empresa. Peor aún, forma parte de esa tradición rancia e injusta según la cual se sigue llamando “embajadora” a quien no es más que la esposa del embajador. No sé cómo las embajadoras con credenciales toleran semejante agravio comparativo2. Pongámonos en el caso de Elena Madrazo Hegewisch, a quien se ha encomendado la tarea de abrir la primera legación española en Níger. En el uso lingüístico corriente, tan embajadora es la señora Madrazo como la mujer de tanto embajador cuya contribución máxima consiste en entrometerse en el trabajo de los profesionales de protocolo de la embajada... ay, no: se dice que son una ayuda insustituible, que para algo son diplomáticos y tienen gran talento para la lítotes. El término “cónyuge”, de sólida raíz latina, hubiera evitado ese desliz tan tonto de “los directivos acudirán a la cena con sus mujeres”. Lástima que casi no se emplee, y más lástima aún escuchar esos insufribles cónyugues con que nos cocean tantas mulas sin cepillar y con micrófono.

El ejemplo ilustra hasta qué punto emplear desdoblamientos o condenar los nombres epicenos al averno del machismo retrógrado es poco práctico. Así se tienden trampas insalvables para la mayoría de la población, y la falta de naturalidad de la expresión genera una especie de lenguaje oficial artificioso, orientado a la galería, que se arrincona fuera del estrado o del micrófono, como apunta acertadamente Ignacio Bosque en su informe. Bastantes problemas me ocasiona ya la jerga jurídico-administrativa y, sinceramente, no quiero cargar con otro subproducto lingüístico.



1 ¿Cuándo publicará algún académico un informe sobre la influencia espantosa de los programas deportivos radiofónicos? No sé qué futbolista se ha hecho daño en su rodilla izquierda (así, matizando, no creamos que se ha lesionado en la rodilla de su señora madre). Determinado equipo vence a otro de seis puntos. Sin ánimo estadístico, me atrevo a afirmar que los programas deportivos de las radios tienen un número de oyentes muy superior al número de lectores de los informes que recomiendan el uso del lenguaje igualitario. Ahí sí que tiene la RAE mucha tela que cortar. Si quiere.

2 Las embajadoras con credenciales sufren otra curiosa competencia desleal, esta vez de manos de las marcas españolas como “embajadoras de España”. Véase http://www.territorioymarketing.com/index.php/marketing/tiene-espana-embajadoras/ , cuyo autor tiene el cuajo de preguntar públicamente: “¿Tiene España embajadoras?” Y no se refiere a nuestras diplomáticas, sino a las marcas comerciales. Otra ocurrencia de esos genios del márketing que van a salvar al país de la crisis a golpe de máster.

2 comentarios:

Ángel de Olavide dijo...

Coincidencia total con tus planteamientos. Creo que poco a poco se irán extendiendo comportamientos verbales no sexistas y que para ello caben determinadas clases de audacia expresiva compatibles con el respeto a la gramática y a la lógica del idioma. Si para ello fuesen necesarios determinados "artefactos" linguisticos pues tampoco pasaría nada. Eso si evitando las mamarrachadas como eso de "compañeros o compañeras" o el famoso lenguaje inclusivo que pretendía imponer, con escaso éxito por cierto, el movimiento 15M.
Sobre lo de las invitaciones con pareja la fórmula inglesa cada vezmas utilizada de la invitación a fulanito "and +" me parece un grandísimo invento. Con ese + cabe todo el abanico de relaciones posibles.

Saludos

Antonia de Oñate dijo...

Supongo que bastaría con un "y acompañante". Suponiendo, claro está, que haya que andar acarreando parejas a esas ocasiones. Odio la forma ridícula en que se burlan del marido de Angela Merkel llamándole "el Fantasma de la Ópera" porque jamás acompaña a su mujer a los actos oficiales (salvo a la ópera, que debe gustarle mucho). Mucho más digno lo suyo que la de tanta póliza de 15 cts. como llevan pegados los mandatarios. Eso que llaman "primeras damas" o "insustituibles auxiliares", y que no son más que una fuente de gasto y de molestia.